Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

viernes, 1 de febrero de 2013

La Viruta


El miércoles, víspera de feriado, fui a La Viruta. La historia de como es que termine es este tradicional recinto tanguero palermitano comenzó el sábado pasado cuando conocí a Chiaki-san.

Chiaki-san es la sobrina de Matsuda-san, una alumna japonesa de la profesora de yoga de mi madre. No sabría decir a ciencia cierta en que año Matsuda-san llego a Argentina pero se que lo hizo en barco con lo cual deduzco que el tiempo que ha estado conviviendo entre nosotros ha sido ya considerable. Pese a esto, su nivel de comprensión y expresión en español deja mucho, mucho que desear. La amiga de mi madre le dio mi teléfono a Matsuda-san para que me pusiera en contacto con su sobrina. El viernes Matsuda-san me llama por teléfono: “Ah, si. Paula-san, por favor” “Si, Matsuda-san (como para no reconocerla), soy Paula” “Con Paula-san, por favor” “Si, soy yo” “Paula-san, por favor” “Matsuda-san, con ella habla” “Ah, ella es?” “Si, Matsuda-san, soy Paula”, “Ella es?” “Si, ella es”. Luego de este breve preámbulo que indefectiblemente se repite cada vez que hablamos por teléfono, Matsuda-san me pasa con su sobrina. Chiaki-san llego de Japón hace 10 días. Vino a Argentina a aprender español pero principalmente porque la apasiona el tango.

Patrimonio Cultural de la Humanidad, se que el tango despierta pasiones en todos los rincones del planeta, especialmente en Japón, pero debí haber llegado tarde al reparto de géneros musicales porque el encanto de esta danza no ha prendido en mi. Resumiendo, no me gusta ni un poco. Sin embargo, como me esfuerzo por ser una buena anfitriona (moriría de hambre siendo guía de turismo), seguí las recomendaciones de Silvana, mi amiga del alma, y allí fuimos las tres (Silvana, Chiaki-san y yo) a La Viruta para que la japonesa luzca sus habilidades tangueras.

Un detalle de color. La Viruta esta situada en el subsuelo del Club Armenia donde Joon, mi ex, solía jugar al básquet. Situación potencialmente consternante pero que a rigor de verdad me tuvo sin cuidado, corroborando mi sospecha que su recuerdo yace ahogado en las profundas aguas del olvido. En fin. Continuo.

Nuestra intensión era que Chiaki-san asistiera a una clase pero gracias a la elevada frecuencia del colectivo 110, llegamos tarde. Esto no impidió que entráramos y nos sentáramos a una mesa que perspicazmente (muy de vez en cuando un halo de luz ilumina mi cerebro) había reservado con antelación. Al terminar las clases, las luces bajan, la música sube el volumen, la pista se abre y agarrate Catalina porque se arma “el” baile. En eso Chiaki-san me dice “ay, esta música me da ganas de bailar”. Dirigí una mirada de suplica a mi amiga y le dije “Sil, por favor llevala a bailar vos que yo no tengo ni idea de cómo se hace esto”. Cual santa que es, Silvana se calza los zapatos tangueros (Chiaki ya los tenia puestos) y encaran para la pista. Yo, denotando mi simpatía por el ritmo musical me quede en la mesa feliz en mis chatitas.

Parece ser que la onda del lugar es que los tipos te tienen que venir a sacar a bailar. No pasan ni 10 minutos que Silvana irrumpe en la pista danzando con un hombre entrado en años, mientras que Chiaki-san baila con un pelirrojo que luego me enterare que era alemán. Dak o Dgrag o Dar (mi incapacidad innata para retener nombres resurge ahora con toda su potencia) estaba de paso por Buenos Aires en una de sus escalas de su recorrido por América del Sur. Cosa que este alemán estaba solo y se nos pego toda la noche. Simpático y locuaz, el baile no era una de sus virtudes. Igual el pibe le ponía garra y es así que estaba emperrado en sacarme a bailar. En pos de la confraternidad germano-argentina lo consiguió en 2 o 3 oportunidades. Pero sus dotes como bailarín sumada a la rotunda negación de mi cerebro a procesar el 2 x 4, hacían de la nuestra una pareja muy poco agraciada por no decir horriblemente mala. Dak o Dgrag o Dar ponía todo su esfuerzo en hacer que me moviera al ritmo de la música pero cada paso que daba sistemáticamente terminaba sobre el pie del alemán quien, estoy convencida, en mas de una oportunidad me maldijo en su lengua materna.

Con el correr de la noche, otro caballero, un morochazo argentino, se acerco a la mesa y de frente y sin anestesia me encara “Bailas?”, “Te agradezco pero no se bailar tango y soy muy mala aprendiendo” (el alemán asistía con la cabeza mientras que se agarraba el pie), “No importa, bailas?” “Por que no la sacas a ella (señalo a Chiaki-san) que es una eximia bailarina?” “Yo te vine a sacar a vos” y repite en todo desafiante “Bailas?”. Como a mi no me apura nadie y yo no me amedrento frente a un desafío, me pare y con mucha convicción encare para la pista. El morocho venia detrás. Cual película hollywoodense se para debajo de un spot de luz, me agarra de un brazo, me acerca hacia su pecho, pone pose de malevo arrabalero y da el primer paso. De inmediato el pibe percibe mi total incapacidad motriz (le fracture una falange de su pie izquierdo) por lo que comienza a tratar de explicarme el ABC del tango. Ni el ABC ni el DEF ni el GHI. Carezco totalmente de coordinación y ni hablemos de la gracia para este baile. Creo que no termino el tema que el flaco ya había abandonado su cruzada dejándome atrás en la pista aun debajo del spot de luz, sumergida en mi propia humillación. Falto que me diera una palmadita en la espalda y me dijera “Volve cuando seas grande, piba”. Definitivamente el tango no es lo mío.

Por ahí también se escucharon unos temas de rock-and-roll donde mas o menos puedo llegar a engañar un poco pero el único que me saco a bailar este genero fue el alemán con quien, para el deleite de los presentes, nuevamente hicimos el ridículo. Estoy convencida que en un campeonato de “bailar es cualquier cosa menos esto” ganábamos holgadamente.

Fui sin ningún tipo de expectativas a La Viruta y la verdad que me divertí mucho. Chiaki-san quedo encantada con el lugar y quiere repetir la experiencia. Seguramente volvamos pero la próxima vez procurare llegar a tiempo a la clase aunque mas no sea para evitarles el mal trago a los espectadores.