Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

martes, 22 de enero de 2013

Mad(r)e in Japan


A los 4 años de vivir en Japón lo impensado ocurrió. Mi madre dio media vuelta al mundo y me vino a visitar. Hacia mas de 2 años desde la ultima vez que yo había podido volver a Argentina y, por ende, que no nos veíamos.

Pero antes de contar lo que fueron para mi las mejores semanas de toda mi estadía en la isla (lejos), permítanme decir unas palabras sobre mi madre.

Con mi madre tenemos una conexión especial. Una especie de lazo invisible que nos une. Algunos podrán juzgarme que nunca corte el cordón umbilical con ella. Me tiene sin cuidado. La relación que tenemos con mi madre la valoro muchísimo y me hace sentir muy orgullosa como hija y como adulta. Ahí esta, lo dije.

Mi madre es una mujer inteligente y discreta, medida en sus acciones y en su hablar. Ni muerto la vas a encontrar donde no debe. Si llega a enojarse con vos jamás te lo refregara en la cara, sino que te cubrirá con su solemne manto de mutismo lo cual es infinitamente peor. Lo bueno es que se desenoja fácilmente. Jamás levanta la voz porque odia el escandalo pero no le tiene miedo al ridículo (he sido y soy victima de ello) ni a las demostraciones publicas de afecto (y llénenme este casillero también).  Ha logrado en su vida todo lo que se propuso (salvo el ser cantante y haber nacido en Paris). Ahora que los años pasaron su mayor anhelo es convertirse en una “vieja sabia”. Yo creo que ya lo es (lo de sabia mami, viejos serán otros). A pesar que mi ida a Japón le causo mucho dolor, nunca dejo de empujarme a cumplir mi sueño de vivir en el Imperio del Sol Naciente. Un lema de ella para con sus hijos es “si vos sos feliz, yo también lo soy”. No es acaso extraordinaria esta mujer?

Su viaje fue épico desde los preparativos. Lo mas lejos que había llegado de Argentina era Brasil, pero en ningún momento la amedrentaron las 36 horas de vuelo y el transbordo de avión que la llevaran donde su hija. Mi madre no habla ingles y mucho menos japonés con lo cual el que viajara sola era un tema. La mejor forma que se me ocurrió de poder soslayar esta cuestión fue la de armarle una lista de palabras y frases en ingles con sus respectivas fonéticas. Recuerdo que se las hacia practicar por Skype. “A ver ma, jugo de naranja. Oransh yius, repetí” “Oransh yius” “Bien, muy bien” “Cuando la azafata te pregunte si queres pollo o carne te van a decir…” “Esta la se!”, me interrumpía, “chiken or mit” “Bien ma!”, la alentaba. Como buena hija obsesiva que soy la lista era bastante extensa (unas 4  carillas) y contemplaba todas las posibles situaciones durante el viaje en las que mi madre podría llegar a tener que interactuar con otro ser humano no hispanoparlante. Justamente como la lista era tan extensa, le tomaba unos minutos encontrar la frase adecuada. Pero a ella nada la acobardaba así que rápidamente se apropió de un latiguillo salvador que hasta incluía una pequeña representación teatral anticipándole a su interlocutor que su respuesta iba a estar un poco demorada. A cualquier pregunta que le hicieran en un idioma que no fuera su nativo español ella invariablemente respondía “Bueit!” (wait) al tiempo que extendía el brazo mostrando en forma vertical la palma de la mano. Luego hurgaba tranquila la respuesta entre sus hojas.

Su vuelo hacia escala en Australia y confieso que tenia pavor que mi madre quedara perdida en el éter aeronáutico. Ella se reía ante esta posibilidad y solo decía “si me pierdo, no me busquen, ja!”. En Sydney, mientras esperaba su conexión, la detuvieron para verificar que no llevara drogas. Ni de casualidad se me había ocurrido esta posibilidad y por ende no estaba en mi minuciosa lista. No se como lo hizo pero presa no fue.

La fui a recibir al aeropuerto de Narita, en Tokyo, y transpire sudor frio hasta tanto no la vi atravesar las puertas de la terminal de arribos. Mi madre, con sus 2 valijas sobre un carrito de aeropuerto salió de lo mas absorta en conversación con una argentina descendiente de japoneses al punto tal que creo no me registro hasta que nos encontramos a medio metro de distancia. “Hola!”, me dijo muy canchera. “Estaba de paso, vi luz y entre”, falto que agregara. Recién ahí pude dar rienda suelta a mis emociones y me arroje a sus brazos mientras que reía y lloraba al mismo tiempo. Los japoneses que nos rodeaban, no acostumbrados a manifestar al aire libre (o dentro de sus casas, que para el caso es lo mismo) sus sentimientos, nos miraban absortos. Algunos nos sacaban fotos.

Pasamos la primer semana en Tokyo hospedadas en un hostel. La habitación era para nosotras solas y dormíamos en una cama marinera, yo arriba y ella abajo. Esos primeros días fueron surreales. Recuerdo que de noche me despertaba y la miraba dormir solo para constatar que no era un sueño, que mi mama realmente estaba conmigo en Japón.

Nunca viví en Tokyo pero es una ciudad que me fascina por lo que la conozco bastante. Así que la lleve a recorrer los lugares mas emblemáticos que, en una ciudad como Tokyo, son inagotables. Caminábamos desde que nos levantábamos hasta el anochecer, salvo por breves escalas para comer. A mi madre todo la fascinaba y se dejaba llevar como una niña. Era tal su afán por comunicarse con los japoneses que les hablaba en español, despacio, haciendo pausas entre silaba y silaba (como si eso hiciera de su español una lengua menos irreconocible a los oídos nipones). “Pero, ma! Por mas que les hables modulando tus palabras, no te van a entender” “No importa, yo si les entiendo y vas a ver que ellos a mi también”. Y no había forma de convencerla de lo contrario. Opte por desistir y “dejarla ser”. Una noche, de regreso de una de nuestras caminatas, llegamos al hostel y, como de costumbre, el japonesito de la administración nos saluda profusamente (reverencia incluida). Yo note un soplo de satisfacción en la cara de mi madre pero no le di mayor trascendencia y llame al ascensor. Mi madre subió en silencio, claramente absorta en sus pensamientos. Casi llegando a nuestro piso me mira fijo y abriendo bien los ojos, levanta su dedo índice aleccionador (con mis hermanos creemos firmemente que fue directora de escuela en otra vida) y me dice: “Viste que bien el chico?” “Que chico ma?” “El de la administración, viste que bien?” “No… no se a que te referís…” “Que nos saludo!” “Ma, siempre nos saluda” “No! Pero esta vez nos saludo en ITALIANO!” “Que???” “No escuchaste? Nos dijo “come va?”” “Que dijo que?” “C-o-m-e v-a. Para mi porque nos vio caras de europeas” “No, madre, nos dijo “konbanwa” que en japonés significa “buenas noches””. Solo en la creativa cabeza de mi madre el italiano y el japonés se fusionan pero era tal su satisfacción porque finalmente había podido comprender lo un japonés le decía, que es el día de hoy en que no me atrevo a convencerla de lo contrario.

Uno de los lugares mas imponentes de la ciudad es el Foro Internacional de Tokyo. Una sala de exposiciones y conciertos y centro de conferencias. Desde el exterior parece un barco alargado construido casi únicamente por cristales y vigas de acero con pronunciadas curvas. Como su nombre lo indica es un “Foro” (“Forum”, en ingles) y en ese momento se estaba llevando a cabo uno. El mismo era publicitado mediante gigantografias que envolvían las gruesas columnas del exterior del edificio. Mi madre que lo leía todo, absolutamente todo lo que encontraba escrito (en letras romanas, por supuesto), se detiene frente a una de las columnas y me pregunta “Que significa Orumfo?” “Orumfo?”, respondo taciturna, “De donde lo sacaste ma?” “De ahí, esos afiches no dicen o-r-u-m-f-o?” “Orumfo? Orumfo? Donde ma?” “Los afiches pegados es las columnas” y con el índice extendido ya sobre uno de los afiches me deletrea “O-r-u-m-f-o” “No, ma! Estas leyendo mal! La palabra es f-o-r-u-m y se repite una y otra vez f-o-r-u-m-f-o-r-u-m-f-o-r-u-m todo alrededor de la columna, ves?”. Y nos tiramos al piso de las carcajadas. Los japoneses comenzaron a sacarnos fotos nuevamente.

Cuando casi por casualidad surgió la posibilidad que mi madre viniera a Japón a visitarme no logre tomar real dimensión de lo que la experiencia iba a ser para mi. Estuvimos “como pan y mantequilla”, como a ella le gusta decir, durante 6 semanas. Su partida fue devastadora y desde aquel momento Japón no fue el mismo. Un año mas tarde yo estaría definitivamente de regreso en Buenos Aires.

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