Como si la situación de la falta del suministro eléctrico no fuera anárquica por si sola desde las tempranas horas del día los medios de comunicación, con un evidente dejo de macabro deleite, repetían hasta el hartazgo que la sensación térmica en la ciudad de Buenos Aires era cercana a los 50 grados.
No me amedrentan los números de un termómetro y mucho menos el escandalo mediático. Sumado esto a que soy una persona que odia profundamente el invierno y que debe usar camiseta, guantes y doble par de medias 8 meses al año, no dude en abrir de par en par los ventanales de mi departamento al levantarme para dejar que el espíritu navideño inundara mi hogar. Efectivamente algo entro por la ventana. Una sofocante bocanada de un aire denso y pegajoso que hizo que inmediatamente la sangre me entrara en ebullición. Si este es el espíritu de la Navidad, pensé, encabezo la junta de firmas para declarar a Papa Noel persona no grata. Así fue que con el mismo movimiento con que la abrí, cerré abruptamente la hoja de vidrio y por las dudas la asegure con la traba no sea cosa que se volviera a abrir.
Debido a que el 24 es el cumpleaños de mi madre, la tradición de mi familia es pasar la Navidad en la casa de mis padres. Por lo general con mis hermanos vamos temprano a pasar el día con ella mientras colaboramos en el armando del menú de Nochebuena. Creo que ante el riesgo de tener que internar a sus 3 hijos con un cuadro deshidratación severa en las vísperas de Navidad, este año nuestro padre se ofreció a pasarnos a buscar en auto por nuestras respectivas casas cuando bajara un poco el sol y así obviarnos el penoso viaje en colectivo.
Ya que me había levantado temprano y me iba a quedar en casa hasta el atardecer, me propuse entonces hacer del ultimo Feriado Puente Turístico del año un día productivo. Mis planes consistían en ocuparme de esas tareas que uno perezosamente posterga a lo largo del año como ser el limpiar la libreta de contactos, ordenar los mp3 del iPod y escribir a aquellos amigos lejanos en los cuales siempre se piensa pero nunca se tiene tiempo de dedicarles 2 líneas.
Mi departamento no era el infierno de la calle – haría 3 grados menos – pero de todos modos decidí refrescarme antes de sentarme delante de la computadora. Al salir del baño, en un inusual ataque de conciencia social ecológica, me apiade de mis plantas y me dije – si yo tengo calor, ellas también deben tenerlo – con lo que comencé a darles agua. Era tal el estado de agotamiento que sentí al terminar de regar la ultima (tengo 3) que aun con la pava que hace las veces de regadera en la mano, me desplome, inerte, en el sillón. Y así, hechando por la borda cualquier intencionalidad productiva previa, casi en estado vegetativo permanecí hasta que mi piadoso padre me paso a buscar.
A pesar de vivir a menos de 30 cuadras de distancia, en la casa de mis padres no se había cortado la luz y ya bajo los gélidos efectos de un aire acondicionado los seres humanos recobramos los sentidos y parecemos renacer. Cenamos, charlamos, nos reímos, a las 12 brindamos e intercambiamos regalos. Al terminar la noche me tuve que poner un saquito pero no me importo. Mucho mas frio sentía en Japón cuando pasaba mis Navidades sola a 18.000 km de distancia. Con o sin luz, con o sin aire acondicionado, esta Navidad fui nuevamente feliz. La pase con las 4 personas que mas amo en el mundo: mi familia.